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Como persona que soy tengo que alimentarme para poder vivir. Ante esto, tengo la opción de alimentarme o no del cuerpo de otros animales.
Yo decidí prescindir de todo aquello que implicara sufrimiento animal (carne, pescado, huevo, leche y derivados lácteos, hablando de alimentación) y llevar una forma de vida vegana (no sólo en la alimentación, también en otros aspectos en los que influye el veganismo).
Desde entonces, cientos de veces me han dicho “y las plantas… ¿no te dan pena?”
Que si, que muchos me diréis que las plantas reaccionan ante ciertos estímulos, pero es eso, pueden reaccionar fisioquímicamente ante cambios ambientales. Son sistemas vivos pero que carecen de cerebro y sistema nervioso, por lo que no tienen tejidos nerviosos que puedan reproducir experiencias subjetivas, por lo que no pueden llegar a tener consciencia ni intereses. Sentir es una experiencia mental y las plantas no tienen cerebro, por lo tanto no sienten.
A diferencia de las plantas, los animales (¡también nosotros lo somos!) tenemos un sistema nervioso central que nos permite percibir y tener intereses como evitar el dolor y buscar el placer.
Un animal, siente el mismo dolor que sentimos nosotros cuando nos hieren y al igual que nosotros quiere vivir.
Teniendo otras alternativas, yo prefiero que ningún animal tenga que morir en mi nombre, ya que lo veo algo innecesario, injusto y además nada saludable como cada vez se demuestra más.
Recuerda, somos lo que comemos.
“Cada 33 minutos mueren en los mataderos del mundo el mismo número de víctimas que en todo el Holocausto judío: 6.000.0001. Esto sin contar las víctimas de la pesca, de los laboratorios de experimentación, de los espectáculos con animales. Miles de millones de animales al año. Este es el infierno al que el ser humano condena a los animales por el hecho de no ser de nuestra especie. Como se condenaba (y condena) a otros por no ser de nuestra misma raza, sexo u orientación sexual.”